Durante una emergencia, durante una situación tremendamente crítica, el doctor Tore Curstedt se animó a aplicarle a un bebé con insuficiencia respiratoria, un compuesto que él mismo había preparado.
El bebé que estaba azul y se moría, recibió dicha medicación y casi como un milagro, el pequeñito sobrevivió. Al doctor lo habían llamado del Departamento de Neonatología del Hospital de Estocolmo y asistió con ese compuesto que jamás se había utilizado en humanos, el llamado Surfactante Pulmonar.
Se arriesgó, con una dosis de dos mililitros y en cinco minutos el bebé pasó de estar azul a rosa.
"A la hora ya pudimos bajarle el suministro de oxígeno del 85% al 21%", recuerda el profesional.
Dicho tratamiento fue hace más de treinta años y hoy salva millones de vidas. El fármaco que hizo respirar a aquella niña sueca en 1983, ha conseguido salvar a tres millones de bebés en todo el mundo que padecen el Síndrome de Dificultad Respiratoria.
En 1980, Curstedt conoció a Bengt Roberston y juntos intentaron dar con algo que evitara que los alvéolos de los pulmones se colapsaran, porque son ellos los encargados de producir el intercambio de aire. Sin su función, los pulmones no se llenan.
En los años 60, nueve de cada diez bebés prematuros moría por esta causa, incluído uno de los hijos de John Kennedy y su mujer Jacqueline.
Surfactante es un complejo de lípidos y proteínas que hace que los alvéolos permanezcan abiertos. A pesar de que se utilizó por primera vez en 1983, no fue hasta 1989 hasta que se convirtió en tratamiento oficial.
Durante esos seis años, se hicieron ensayos. En 1992, se logró la forma sintética del fármaco y la producción se volvió barata y masiva.
"Costó mucho tiempo… quizás demasiado", sostuvo Curstedt, quien también enfatizó en la importancia de tener el apoyo de una empresa. En su caso fue la farmacéutica Chiesi.
"La expansión del tratamiento no hubiera sido posible sin una empresa que apostara por nosotros. Quizás hubiéramos podido producir el fármaco para curar a 2.000 o 3.000 bebés suecos, pero nunca millones", indicó el médico.
Uno de ellos, veinte años después, se le acercó en un congreso en Belfast y le dijo emocionado: "Gracias por salvar mi vida".
Calculamos que para un doctor no hay palabras más gratificantes que esas, ¿no? Bien por él.