Con la llegada del primer Mundial, el Congreso de la FIFA de 1928 propuso crear un trofeo para el campeón. Jules Rimet decidió encargarle la copa al escultor francés Abel Lafleur, quien realizó una estatuilla de 35 centímetros de alto y 3,8 kilogramos, con una clara referencia a Niké, la diosa griega de la victoria.
Por ese motivo, el artesano francés llamó a la copa como la Diosa de la victoria. Sin embargo, ese no fue el nombre que mantuvo a lo largo de los años.
En el trofeo hay dos figuras humanas que sostienen el globo terráqueo. “La intención era representar la fuerza, el dinamismo y el júbilo del atleta en la victoria, que se expresa con tanta alegría. Los volúmenes aparentemente irregulares dan la sensación de dinamismo. Está claro que el mundo debía formar parte de ella. El mundo es una esfera y, como tal, muy parecido a un balón”.